viernes, 2 de abril de 2010

Derrames

Teresa está en la gran sala del Tribunal de Menores. Aguarda que se le de la tutela de su nieta Federica. Ha soportado un largo calvario de nueve años para llegar a este momento. Siempre cuando aflojaban sus fuerzas , se recordaba a sí misma que ya había tenido otras guerras.Entonces su memoria  la devolvía a su tierra natal y revivía cada imagen de la guerra que le había tocado vivir, esa brutal guerra que se había llevado padre, hermanos, tíos, primos, vecinos. La Guerra Civil era una  presencia viva con sus  miedos, sus hambres y sus abandonos. Cuando pudo emigrar se juró que nunca más nadie le quitaría, como en  la guerra, uno de sus afectos,  pero se equivocó. Tuvo otra guerra y sí le quitaron otros afectos, nada menos que el de su propia hija y el de su única nieta. Por eso está donde está. Mientras espera tiene delante de sí las sucesivas imágenes de los combates, sobre todo aquél  donde murió su padre. Lo recuerda porque fueron infinitas las veces que su madre le contó los hechos. Lo tiene en su memoria con la precisión de aquella primera fotografía que vio de los soldados en la trinchera. Jamás olvidó. Ahora llega al final de su  propia guerra. Ha denunciado a su yerno por abuso deshonesto contra su nieta. No se amilanó cuando hubo que presentar testimonios y pruebas.Tampoco la paralizaron los remordimientos de Isabel, su hija. Buscó y , como sabía que el conflicto era una guerra real, usó las estrategias que necesitó para demostrar la verdad.  Tomó la situación como su padre tomó el fusil para marchar al frente. Días, meses, años ,deambuló por tribunales  y llegó al lugar donde está ahora. Mira el amplio estrado donde en pocos minutos se hará justicia. Piensa en su padre muerto en una guerra perdida y le entrega , susurrando su nombre, lo que está segura él  hubiera aprobado  de estar vivo.