sábado, 11 de diciembre de 2010
Familiares perversiones
Mina tenía cuatro años y seguía con la costumbre de tomar su biberón . Cuando su madre le entregaba el primero del día, Mina le daba un primer chupón a la tetilla, sorbía la leche tibia y salía rápido para el patio persiguiendo el sonido de los pájaros que poblaban las horas de su niñez. Mina era una nena gozosa porque ya había aprendido a distinguir algunas de las muchas especies que se posaban en los árboles o descendían a beber agua en los charcos que también ella había aprendido a formar dejando simplemente la manguera abierta. Su mamá la seguía con la mirada y compartía su juego con las aves en medio de esos espacios tranquilos y libres que , por ese entonces, eran su casa y el barrio. A nadie se le podía ocurrir que acechara peligro alguno . Mina realmente disfrutaba con la compañía de sus aves, sobre todo de los petirrojos que eran sus predilectos. Entre chupòn y chupòn a su biberón corregía el curso de la manguera para crear varios charcos y llamar la atención de más pájaros. Cuando veía a alguno bajando en vuelo rasante hacia el ojo de agua en el pasto, hacía silencio y luego batía palmas y reía viéndolo girar velozmente hasta posarse en las ramas más altas de los árboles. Mina crecía así , con su biberón a cuestas persiguiendo pájaros. A veces su primo Andrés que era mucho más grande que ella, iba a la casa por la mañana. Llegaba poco después de que Mina despertara y se ofrecía para cuidarla mientras la madre salía a hacer las compras en los negocios cercanos. Era entonces cuando Andrés entraba en acción. Se acercaba a Mina le quitaba el biberón y blandiéndolo en el aire como un estandarte la provocaba : Lo querés ?- decía con un aire desafiante -si lo querés tenés que tocarme aquí- y le señalaba sus genitales. Mina todavía hoy no sabe cómo pudo vivir aquéllo . Ella sólo quería que el primo Andrés le devolviera su biberón, pero él no lo hacía, al contrario, la hacía jugar un juego perverso , dilataba la entrega haciendo oscilar el biberón con el brazo extendido, en un vaivén inalcanzable mientras repetía " Lo querés ? Tocame ". Mina al fin caía en la trampa y obedecía. Cuando la madre regresaba, el primo se iba no sin antes recordarle que si contaba algo la iban a castigar a ella. Mina sin entender, no decía nada, callaba y el macabro juego recomenzaba a los pocos días. Pronto en sus sueños , sus pájaros mutaron , fueron otros, amenazantes y oscuros.
Cuarenta años más tarde, en una lejana casa de campo, en medio de un diálogo catártico con una veterana amiga, Mina corre el velo de su sombra. Acaba de cesar la interminable tormenta que azotó la región y ella vuelve a escuchar, saliendo de los árboles, esa polifonía casi perdida de su niñez. Se libera , profundiza su mirada enigmática y al fin pone en palabras la vieja herida que la ha habitado siempre.