La calle se fue despoblando . Los pocos comensales que quedan ya están preparándose para salir. Hace frío, el invierno se muestra más crudo este año y los refugios para pasar la noche son también cada vez más codiciados. Los primeros que ocupan los espacios más protegidos son los viejos habitantes de la calle, hombres solos o alguna mujer con uno o dos hijos. Los chicos como Luis generalmente pelean pero tienen un código que respetan cuando las posibilidades de ubicarse están cerca, por ejemplo en otra vereda , en otra cuadra, cuanto más ,en otra manzana. Luis hace dos meses ha tomado la puerta de un restaurante y ha tenido suerte porque el primer día no lo echaron como un perro y a la segunda noche ,ya le dieron algún resto para comer de lo que queda en los platos de los comensales ,un pedazo de pan, algo de carne o pollo, un bocado que no alcanza pero alienta a volver a lo seguro: ese bocado. Otros ,él lo sabe bien, tienen menos suerte. El trabajo de cartonero que hacía con su padre lo cansó.Venir desde tan lejos para recoger durante horas lo que después se convertía en unos pocos pesos que no alcanzaba para un plato de polenta, lo decidió. En su familia eran muchas bocas y él podía arreglarse. solo, por eso se fue a la calle . Por la mañana y al atardecer limpia las veredas de algunos comercios , lugar donde los transeúntes tiran boletas, tickets, volantes de propaganda y envases descartables. En las veredas de los edificios no tiene chance porque es territorio de los porteros.Hay algunos que son muy patas y conversan con él , siempre sobre fútbol ,mientras no los vea algún propietario cuando abre las grandes puertas para salir a la calle.Los porteros son estrictos y no permiten que ningún chico se acerque a sus edificios. Los días de lluvia se suma a la guardia , más severamente, el sereno de noche evitando que el espacio se convierta en refugio. Nadie , ni viejo ni chico ,puede quedarse en los amplios zaguanes. Luis ya sabe todo esto por eso cuando encontró la posibilidad del portal del Mamma mia , se apuró a marcar su territorio cuando el dueño le hizo el primer guiño de aceptar su presencia. Está ahora allí esperando que se apaguen las luces del local para poder dormitar un poco, con ese sueño interrumpido que tienen los que como él viven en la calle. Se acurruca contra la puerta . Hoy no le pesa estar acurrucado así. Por la tarde una señora joven le dio veinte pesos por ayudarla a descargar las bolsas del carro del supermercado en el baúl de su auto. No tenía cambio más chico y le entregó el billete con una sonrisa. La mujer no le tuvo miedo cuando se acercó a ofrecerse a ayudarla. Luis se sorprendió un poco porque generalmente la gente aleja a los chicos con gestos o gritos que alertan a los custodios del playón del estacionamiento .Antes que eso ocurra él ya desaparece. Hoy fue distinto. Pasó las bolsas rápidamente y eso que eran muchas , y se quedó esperando la propina. Nunca le dieron tanto dinero y lo tomó con un gracias que delataba su felicidad. Si hubiera ocurrido tiempo atrás, muy posiblemente él no la hubiera ayudado , al contrario, le hubiera robado algunas bolsas y hubiera salido corriendo hasta perderse de vista. Pero ahora no. El supermercado está a pocos metros de su territorio y sabe que tiene que hacer buena letra para no perder el lugar porque en la calle todo se sabe y el dueño del Mamma Mia lo echaría sin vueltas. La inesperada propina fue un regalo de ese Dios que él no sabe si existe porque no lo entiende pero que hoy le dejó su primer billete de veinte pesos , ese billete colorado que se prometió multiplicar con otros trabajos que ya está pensando cómo conseguir.
martes, 23 de marzo de 2010
Marcando territorio
La calle se fue despoblando . Los pocos comensales que quedan ya están preparándose para salir. Hace frío, el invierno se muestra más crudo este año y los refugios para pasar la noche son también cada vez más codiciados. Los primeros que ocupan los espacios más protegidos son los viejos habitantes de la calle, hombres solos o alguna mujer con uno o dos hijos. Los chicos como Luis generalmente pelean pero tienen un código que respetan cuando las posibilidades de ubicarse están cerca, por ejemplo en otra vereda , en otra cuadra, cuanto más ,en otra manzana. Luis hace dos meses ha tomado la puerta de un restaurante y ha tenido suerte porque el primer día no lo echaron como un perro y a la segunda noche ,ya le dieron algún resto para comer de lo que queda en los platos de los comensales ,un pedazo de pan, algo de carne o pollo, un bocado que no alcanza pero alienta a volver a lo seguro: ese bocado. Otros ,él lo sabe bien, tienen menos suerte. El trabajo de cartonero que hacía con su padre lo cansó.Venir desde tan lejos para recoger durante horas lo que después se convertía en unos pocos pesos que no alcanzaba para un plato de polenta, lo decidió. En su familia eran muchas bocas y él podía arreglarse. solo, por eso se fue a la calle . Por la mañana y al atardecer limpia las veredas de algunos comercios , lugar donde los transeúntes tiran boletas, tickets, volantes de propaganda y envases descartables. En las veredas de los edificios no tiene chance porque es territorio de los porteros.Hay algunos que son muy patas y conversan con él , siempre sobre fútbol ,mientras no los vea algún propietario cuando abre las grandes puertas para salir a la calle.Los porteros son estrictos y no permiten que ningún chico se acerque a sus edificios. Los días de lluvia se suma a la guardia , más severamente, el sereno de noche evitando que el espacio se convierta en refugio. Nadie , ni viejo ni chico ,puede quedarse en los amplios zaguanes. Luis ya sabe todo esto por eso cuando encontró la posibilidad del portal del Mamma mia , se apuró a marcar su territorio cuando el dueño le hizo el primer guiño de aceptar su presencia. Está ahora allí esperando que se apaguen las luces del local para poder dormitar un poco, con ese sueño interrumpido que tienen los que como él viven en la calle. Se acurruca contra la puerta . Hoy no le pesa estar acurrucado así. Por la tarde una señora joven le dio veinte pesos por ayudarla a descargar las bolsas del carro del supermercado en el baúl de su auto. No tenía cambio más chico y le entregó el billete con una sonrisa. La mujer no le tuvo miedo cuando se acercó a ofrecerse a ayudarla. Luis se sorprendió un poco porque generalmente la gente aleja a los chicos con gestos o gritos que alertan a los custodios del playón del estacionamiento .Antes que eso ocurra él ya desaparece. Hoy fue distinto. Pasó las bolsas rápidamente y eso que eran muchas , y se quedó esperando la propina. Nunca le dieron tanto dinero y lo tomó con un gracias que delataba su felicidad. Si hubiera ocurrido tiempo atrás, muy posiblemente él no la hubiera ayudado , al contrario, le hubiera robado algunas bolsas y hubiera salido corriendo hasta perderse de vista. Pero ahora no. El supermercado está a pocos metros de su territorio y sabe que tiene que hacer buena letra para no perder el lugar porque en la calle todo se sabe y el dueño del Mamma Mia lo echaría sin vueltas. La inesperada propina fue un regalo de ese Dios que él no sabe si existe porque no lo entiende pero que hoy le dejó su primer billete de veinte pesos , ese billete colorado que se prometió multiplicar con otros trabajos que ya está pensando cómo conseguir.